Quimera

Ajedrez y Arte (I)

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En el siglo XIX y todavía a inicios del siglo XX el ajedrez tenía mucho, muchísimo, de artístico. Pienso por ejemplo en la Defensa Alekhine: las negras salen con uno de sus caballos. La pieza parece saltar absurdamente mientras las blancas avanzan con sus peones. Pero la idea de Alekhine -en contra de las convenciones del ajedrez clásico- era precisamente que las blancas adelantaran hasta tal punto que los peones quedasen relativamente desprotegidos y fuesen vulnerables a una contra-ofensiva de las negras. En la actualidad la Defensa Alekhine es perfectamente aceptable. Cuando el jugador ruso la creó, era una maniobra tan ingeniosa, tan desafiante, tan en contra del sentido común, que enseguida se entraba más bien en el ámbito del arte

En el siglo XIX, el ajedrecista tenía algo de mago, de telépata, de artista, de virtuoso. El ajedrez era un espectáculo y crear una combinación de jugadas era todo un arte. Existía una especie de código ético -tal vez sería mejor decir estético- , que no estaba escrito y en el que el contrincante, aun cuando a sabiendas incurriese en errores, debía respetar una bella maniobra, sucumbir en ella, sólo para verla realizarse. Y la idea del sacrificio era esencialmente romántica: entregar una o varias piezas para luego dar un imprevisto toque de gracia.
Dos conocidas joyas del ajedrez son las partidas jugadas por Anderssen a mediados del siglo XIX y hoy conocidas como La inmortal y La Siempreviva. En la primera Anderssen entregó dos torres, la dama y un caballo con tal de llegar a una posición donde las negras no podían evitar un jaque mate con las escasas municiones que conservaba el adversario.

Written by ernesto

julio 16, 2008 a 7:50 am

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Una respuesta

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  1. Oh my.. this is the best blog.

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    julio 16, 2008 at 5:20 pm


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